En Antonio de Padua miramos un signo de la Misericordia de Dios: ha tenido una gran pasión por el hombre de no tener temor de arriesgar su vida por el Evangelio y para el bien de tantos hermanos y hermanas, pobres o richos, usureros o personas honestas y generosas. Su palabra ha estado para todos un anuncio eficáz, verdadero, profundo, que ha empujado a la conversión. Si todavía hoy, después de tantos siglos, nutrimos tanta devoción por San Antonio es signo que la santidad es una llamada que atrae.
Su palabra de fuego resuena aún en el corazón de cada uno de nosotros, como una invitación a la renovación del corazón, como una provocación a salir de los estrechos horizontes personales para tener cuidado del bien de muchos. Antonio nos exhorta, todavía hoy, a ser “solidarios en las alturas de una vida santa” (cfr. Sermón de San Antonio), a asumir con valentía, cada uno por su parte, este camino de santificación para el bien de los Pueblos que estamos llamados a amar y servir.
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